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Un pionero en derechos de la mujer, olvidado

por ACESCRITORES

Por: Juana Vázquez

En estos tiempos donde hay una serie involución ante la igualdad de derechos de la mujer y el hombre, resulta una devoción aún más que una obligación recordar a un pionero olvidado en la reivindicación de los derechos de la mujer: al benedictino Fray Benito Jerónimo de Feijoo (1676-1764).

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Imagen de Fray Benito Jerónimo de Feijoo

En el primer cuarto del siglo XVIII, siglo de la Razón, comienza la opinión pública a cuestionarse la educación deficitaria de la mujer. El padre Feijoo publica por entonces (1726-1740) una obra extensa bajo el título de Teatro Crítico Universal. En uno de sus nueve volúmenes se defiende la igualdad del entendimiento de hombres y mujeres.

Así decía el fraile ilustrado, sobre esta cuestión: «En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a todos los hombres, pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llene de defectos, y en lo físico de imperfecciones, pero donde más fuerza hace es en la limitación de su entendimiento…».

Un poco más adelante añade: «Aquellos que ponen tan abajo el entendimiento de las mujeres que casi le dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a la disputa. Tales son los que asienten que a lo más que pueden subir la capacidad de una mujer es a gobernar un gallinero. Tal aquel prelado, en su Carta Guía de casados que decía que la mujer que más sabe ordenar es un arca de ropa blanca. Sea norabuena respetables por otros títulos los que profieren semejantes sentencias, no lo serán por estos dichos, pues la mejor benigna interpretación que admiten es la de recibirse como hipérboles chistosas».

Estas publicaciones armaron un gran revuelo y comenzaron a salir a la luz decenas y decenas de folletos que se adscribían a estas ideas o que las rechazaban. Por supuesto, la mayoría de ellos estaban en contra del padre Feijoo, aunque algunos ilustrados las apoyaban. En definitiva, el benedictino fue tan vilipendiado por someter sus juicios a la razón argumentativa, criticando toda teoría que sólo viniese avalada por la autoridad y la tradición, que el propio Fernando VI, en 1750, prohibió en unas pragmáticas que las obras de Feijoo fueran impugnadas.
Como ejemplo de los que se oponían a lo que decía el famoso fraile, nos puede servir un impreso de escritor anónimo titulado Estado crítico en defensa de las mujeres, contra el Teatro Crítico Universal (s. f.). En él se celebra una reunión de féminas. Una de ellas dice así:

«Declaramos que los autores juiciosos y literatos reprueben el uso de las letras a las mujeres por las muchas desgracias y deshonras que se han seguido por haberse entregado al estudio de las ciencias, y consiguientemente, disputado con los hombres; y que no puede contrapesar la vana ostentación de ser literatas a los riesgos que exponen el honor».
Después de mucho dialogar acerca de los «contras» de la mujer «bachillera», señalan: «Declaramos al hombre por cabeza y superior a la mujer, y mandamos a todas las casadas que presten y den obediencia debida a sus maridos y ciegamente los obedezcan en todo menos en materia de fe, no disputándoles la superioridad».
En defensa de las ideas del padre Feijoo, se encuentra otro libro titulado Teatro Crítico Universal para destierro de errores universales, publicado en 1734 por un tal Alberto Antonio Soler. En él pretende demostrar que la mujer que termina en prostituta es porque la ignorancia y la miseria la abocan hacia ello. Por eso propone una educación igualitaria para los dos sexos: «Denlas oficios, fórmenlas soldados, constitúyanlas gobernadoras y verán dónde va a parar el ramerismo».

Con una graciosa coplilla resume las ideas:
«A la plaza las lindas bajan amantes,
no al remedio del hombre sino del hambre…
El querer tan barato de aquestas chuscas,
diga el mundo es lacería que no lujuria.
Y es cosa clara.
Pues en ellas no pega si no se paga».

La polémica desatada acerca de lo limitado o no limitado del conocimiento de la mujer, y como tal su educación igualitaria o no, generó en la sociedad un debate durante muchos años. Dentro de este contexto se encuentra la sorprendente declaración de Campomanes, ministro de Carlos III, que decía así: «La mujer tiene el mismo uso de razón que el hombre. Solo el descuido que padecen su enseñanza la diferencia, sin culpa de ella».

Estas palabras agudizarán el debate social acerca de si la educación de la mujer debería ser igual o no a la del hombre, y por supuesto, el tema sigue teniendo, a finales del XVIII, sus defensores y detractores. Pero, en definitiva, parece que todo quedó en declaraciones y en proyectos frustrados.

¿Quedará así, en aguas de borrajas, la reforma legal actual de la igualdad de sexos en todo lo que concierne a derechos y deberes…?
Yo le diría a nuestro presidente que lea, si no lo ha leído ya, Teatro Crítico Universal, del padre Fray Benito Feijoo. Tal vez él le abra la mente para luchar contra los fantasmas milenarios de la discriminación de género. Estamos tan aburridas de ver siempre caras masculinas en los últimos peldaños del poder.

Juana Vázquez es catedrática de Lengua y Literatura y escritora y consejera de ACE.

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